La dama de las letras canadienses, Alice Munro, no deja de sorprendernos; escribe como quien respira, una prosa límpida, apacible, hasta rozar lo naíf. Sin embargo, dentro de esa naturalidad, se van colando silencios que inquietan, secretos enquistados, que se heredan como los mobiliarios de familia, y que pasan de una generación a otra.

En sus cuentos, las tramas giran alrededor de un quiebre de lo cotidiano, de algún suceso del que “no se habla”, pero que permanece como visagra en la historia. Munro elude describir ese incidente de ruptura; se lo infiere; no hay prácticamente escenas sangrientas o de sexo. La focalización está en “el antes” y “el después”. Allí es donde cobra vida su ficción. Los personajes reconocen y aceptan sus capacidades y limitaciones para seguir viviendo, con la dignidad que les queda. Los finales, como la vida, no son concluyentes. La gravitación está en el reconocimiento. Un reconocimiento que resignificará las acciones, y… nuestra lectura.

El título original de esta antología de dos tomos es Family Furnishings. Se traduce, justamente, como “muebles de la familia”. Contiene 25 cuentos, seleccionados por la misma autora, extraídos de sus seis últimas colecciones, en vistas a su decisión, a los 83 años, de abandonar una intensa carrera como narradora de ficciones breves, después de haber recibido, en el trayecto, los más importantes premios a los que un escritor contemporáneo podría aspirar, culminando con el Nobel de Literatura 2013.

Juego de espejos

Es difícil elegir un cuento entre los por ella ya elegidos. El del título, “Muebles de familia”, describe la relación incómoda entre la narradora, una adolescente que aspira a ser escritora, y su pintoresca tía Alfrida. Después de un almuerzo, Alfrida le cuenta cómo, en su niñez, perdió a su madre, quien se había quemado al explotar una lámpara. Cuando le impidieron verla, para evitarle la impresión, ella grita: “Pero ella querría verme a mí, pero ella querría verme a mí.”

En esta instancia la narradora tiene su epifanía: “Fue como si de golpe se hubiera cerrado una trampa, para retener esas palabras en mi cabeza. No comprendía muy bien qué uso podía darles. Sólo sabía que me habían sacudido y liberado, en el acto, para que respirara un aire diferente, solo accesible para mí”(página 325). Este momento de revelación, como juego especular, se fijará en un cuento futuro y marcará su rumbo como escritora. El final es abierto, enigmático. Como la mejor literatura, quedará en casa.

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María Eugenia Bestani